Mientras paseaba por el lujoso vestíbulo del hotel Venecia con la mano de Nick cálidamente agarrada a la de ________, uno de los porteros, en su uniforme de gondolero, le dijo educadamente:
—Buenas noches, señor Jonas —y después, le hizo a ________ una leve inclinación de cabeza.
Cuando atravesaron el suelo embaldosado que había bajo el enorme techo decorado divinamente por frescos, la gente se los quedó mirando, bien porque sabían quién era él o bien porque era una auténtica belleza, ella no estaba segura de cuál era la razón.
Por una razón u otra, ella no podía evitar preguntarse qué es lo que pensaba la gente cuando los veían juntos, ella del brazo de un hombre devastadoramente atractivo. Incluso si no conocían su reputación, todavía seguía emanando sexo por los poros. ¿Se daban cuenta ellos de que ella estaba a punto de echar un polvo con él? ¿Sentirían de alguna manera desprecio hacia ella? ¿Tendrían celos?
Aunque la parte más hermosa de sus meditaciones era que honestamente a ella no le importaba mucho. Estaban en Las Vegas, después de todo. Y estar con Nick la hacía sentir casi como si, de repente, la hubieran ascendido de una oficinista educada a una novia de un famoso de la jet set. También se sentía completamente diferente en su interior. Más libre. Más segura. Como si estuviera viviendo, como si estuviera viviendo realmente, quizás por primera vez en su vida.
Cuando entraron en la gigantesca habitación de Nick, él le soltó la mano y se dirigió al fax que estaba en la amplia repisa que descansaba entre la zona del comedor y el salón.
—Mierda —dijo él con suavidad.
—¿Qué?
—Nada importante. Solo es que antes intenté mandar a Jenkins el contrato de Blush por fax, pero no ha funcionado correctamente. Aunque me gustaría que lo tuviera sobre la mesa de su despacho mañana por la mañana, así que voy a intentarlo de nuevo.
—Déjame a mí —se ofreció ella. —Tengo mucha mano con los faxes.
—Si insistes —le contestó él, con una mirada que decía que no le importaba deshacerse de aquella rutinaria tarea. Después, fue hacia el equipo de música y puso algo de rock suave.
—Una vez que eres oficinista, lo eres para toda la vida —le dijo ella cortésmente por encima del hombro, mientras Nick desaparecía en la habitación. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea. —Me pregunto si ya está entrevistando a gente para que ocupe mi puesto —había estado tan atrapada por su nuevo mundo que ni siquiera había pensado en qué sería de su viejo trabajo.
—Sí, lo está haciendo —la voz de Nick resonaba a través de la entrada. —Me dijo en un correo que tiene a tres personas para entrevistar mañana.
—Oh. Bien —aunque no estaba muy segura de por qué aquellas noticias la hacían sentir un poco propietaria de su viejo trabajo. Después de todo, alguien debería hacer las tareas de las que se solía encargar ella.
Fue cuando las páginas entraban por el fax, una por una, cuando escuchó el sonido del agua cayendo junto con la música que había invadido el ambiente, y que ahora era la seductora canción de Norah Jones «Turn Me On».
—¿Qué estás haciendo ahí? —gritó ella.
—Preparando un baño.
Oh. Le dolió la región lumbar ante la posibilidad que abría aquello. ¿Qué tipo de baño sería? ¿Para uno o para dos?
—Ven aquí cuando hayas terminado con lo del fax.
De acuerdo, era ese tipo de baño. Su cuerpo comenzó de nuevo a sentir calor y a prepararse, y ella deseó que el contrato pudiera pasar con más rapidez por el fax. Una vez que terminó de hacerlo, caminó con soltura por la habitación y entró en el cuarto de baño, aun así no se había preparado ni remotamente para lo que vio.
Los espejos cubrían el espacio embaldosado y descomunal, se extendían a lo largo del tocador doble y abarcaban las paredes que rodeaban la enorme bañera, donde Nick estaba sentado, entre una magnificencia de burbujas blancas y espumosas, con un vaso de vino blanco en la mano, y con una expresión coqueta en la cara que le daba un aspecto delicioso, lo suficiente como para darle ganas de comérselo. Se quedó sin respiración ante aquella escena.
—Quítate la ropa —le dijo, con un tono de voz profundo y repentinamente autoritario.
Ella dejó escapar una bocanada de aire, pero todavía le faltaba mucho para sentirse relajada.
Porque nunca había estado de pie y desnuda delante de un hombre. Y aquello era muy diferente al apareamiento frenético del almacén, o incluso a los juegos de la piscina. Pensó que aquellos actos eran algo salvajes, decadentes, por el lugar en donde estaban sucediendo. Pero de alguna manera, aquello, estar de pie delante de él, en una habitación bien iluminada, mientras empezaba a desvestirse y él vigilaba cada uno de sus movimientos, aquello le parecía decadente. Extremo. Íntimo.
Llevó la mano hacia su cuello, y lentamente desató el lazo negro que ceñía su camiseta y se dio cuenta de que dejarlo caer hasta su cintura no era algo tan difícil, porque llevaba un sujetador negro sin tirantes bajo ella.
—Precioso —dijo él, con una expresión completamente sexual, desprovista ya de cualquier tono juguetón. —Ahora más.
________ empujó la camiseta por el tirante sobre la minifalda vaquera y lo dejó caer alrededor de sus sandalias rojas de tiras. Después, se pasó la mano por la espalda y con suavidad, se desabrochó el sujetador de encaje, dejándolo caer también.
Los ojos de Nick se cerraron en su pecho, y ella sintió cómo sus pezones, que ya estaban tensos, se estremecían bajo su lectura. Él ya los había visto antes —en el almacén, claro— y después, cuando habían dormido juntos y desnudos la noche anterior, pero otra vez, aquello era más intenso, desnudarse para él, desvestirse ella misma. Era como si estuviera dejando al desnudo su propia alma.
—Jodidamente hermosa —le dijo.
Y mientras un lento calor comenzaba a extenderse en su interior, a medida que los nervios dejaban lugar a una pura lujuria, ________ se encontró a sí misma rozando con las palmas de las manos su vientre desnudo y sus dos montes de piel. Ella nunca se había tocado antes de aquella manera, delante de un hombre, pero el instinto la había empujado a hacerlo. Hacer lo que le hacía sentir bien. Hacer lo que ella sabía que a él le gustaría.
Primero se cubrió la parte de abajo de sus senos, dejando que su peso se estableciera sobre sus manos. Después dejó que las palmas se cerraran completamente sobre ellos, y los estrujó sensualmente mientras recibía la mirada de Nick, y ella veía el fuego que desprendía y sentía el resultado en sus braguitas que ya se habían humedecido para él.
—Es tan bonito lo que haces, nena —le dijo él, en una voz que era más un gruñido.
Ella se lamió el labio superior y se sintió poderosa, el deseo estaba apoderándose de ella. Todavía estaba masajeando con suavidad sus senos, cuando se pellizcó los pezones con los dedos pulgar e índice, y sintió su dureza y cómo se alargaban incluso más con su caricia.
—Sigue —le ordenó él.
Y ella se dio cuenta de que sus deseos eran órdenes, y se sorprendió al saber que realmente le gustaba que él la mandara, que le dijera qué hacer. Le gustaba la idea de ser su juguete, su juguete sexual, la mujer a la que quería follarse.
Levantó un pie hacia el escalón enlosado que llevaba al interior de la bañera, y se inclinó para desabrocharse la pequeña hebilla de su zapato.
—Todavía no —le dijo Nick.
Ella levantó la cabeza para mirarlo.
—Déjatelos puestos hasta el final.
Una nueva ráfaga de sucio placer se apresuró por sus muslos y golpeó su región más baja. Él deseaba verla desnuda pero con los zapatos puestos. Era su juguete sexual. Y a ella le gustaba más de lo que podía comprender.
Puso el pie de nuevo en el suelo y se desabrochó el botón de la falda, que descansaba justo bajo el ombligo. Después, se bajó la cremallera y deslizó la minifalda vaquera por sus caderas hasta que cayó al suelo, dejándola solo con un tanga negro de encaje y con bordados. Levantó los pies para salir de la falda y se quedó allí de pie, delante de él, empapándose de su mirada depredadora y completamente masculina.
Había tenido cuidado de no beber demasiado aquella noche —en total dos vinos con gaseosa en toda la noche— pero de todas maneras se sentía mareada, embriagada por lo que solo pudo describir como un deseo animal. Crecía desde su interior, una fuerza terrible que desafiaba la lógica y la emoción.
Recorrió sus muslos con las palmas de las manos y después, las dejó pasearse por sus caderas y dirigirse hacia su trasero, que empujó hacia atrás contra las manos mientras sacaba el pecho hacia fuera. Los pocos nervios que había tenido hasta entonces parecieron desvanecerse: estaba completamente metida en aquello, con él.
Volvió a dirigir las manos hacia delante e introdujo juguetonamente el dedo corazón en la parte delantera de sus braguitas y entonces, dejó que se colara dentro. La yema de su dedo frotó ligeramente su clítoris húmedo y dilatado antes de que lo sacara.
—Dios santo —articuló Nick, con los ojos vidriosos por el deseo.
Ella se mordió el labio; de repente se sentía completamente seductora, como alguien que nunca había sido antes, alguien totalmente nueva.
—¿Quién es correcta y remilgada ahora? —le preguntó. No se había dado cuenta de que la conversación en la piscina le había dado ganas de demostrarle que estaba equivocado, pero quizás era así.
Nick negó brevemente con la cabeza.
—No tú, cariño. Ya no.
Ella dejó que una sonrisa coqueta se extendiera por su cara.
Y él le concedió también una pequeña y juguetona sonrisa en respuesta.
—Eres una chica sucia, ¿verdad?
¿Lo era? ¿O era aquello simplemente parte del juego?
—Cuando quiero serlo —le contestó. Pero al final, decidió que la verdadera respuesta era: «Cuando estoy contigo».
—¿Está mojada tu vulva?
Ella asintió.
—¿Se ha humedecido tu dedo?
Ella volvió a asentir, después dio unos pasos hacia delante, sus tacones provocaban chasquidos sobre la losa, y se inclinó hacia abajo para meterle a Nick la yema de su dedo en la boca.
Ambos gimieron cuando él cerró los labios alrededor del dedo y ella sintió su lengua, y después la ligera y suave succión, hada que él estuviera saboreándola realmente. La sensación descendió en espirales directamente hasta el punto en donde se estaba empapando más a cada segundo que pasaba.
Cuando finalmente le soltó el dedo, le dijo:
—Ahora quítate las bragas. Enséñame esa bonita y pequeña vulva tuya.
Ya no se sentía tímida por estar en cueros delante de él y bajo aquel brillante resplandor de las luces del cuarto de baño, por lo que se dio la vuelta, metió los pulgares en el elástico que rodeaba su cintura y suavemente tiró del tanga hacia abajo hasta que se le cayó a los tobillos. Sacó los pies de él y volvió a girarse hacia él, completamente desnuda.
Justo como había pasado al principio de aquel striptease, Nick no dudó ni un instante en llevar la mirada exactamente adonde a él le interesaba, y en aquel momento, se quedó estudiando su entrepierna. Ella sintió como si sus ojos le estuvieran quemando realmente la piel y, como cada vez que lo había visto desde que había llegado a Las Vegas, él tenía una manera de hacer que su vulva fuera la parte más importante de ella, la parte que dominaba cada una de sus acciones, cada uno de sus pensamientos. Y por mucho que le gustara tenerlo observándola, también deseaba sentirlo dentro.
—¿Y ahora los zapatos? —le preguntó. Quería meterse en la bañera con él. Quería cabalgarle, con fuerza.
El asintió ligeramente con la cabeza, y cuando ella se inclinó para quitarse uno de los zapatos, él le dijo:
—Pero no de esa manera.
Ella lo miró, confusa.
—Siéntate al borde de la bañera —señaló hacia el extremo opuesto, al lado del grifo.
Cuando ella siguió la instrucción, sin estar muy segura de lo que él pretendía, él le dijo:
—Dame tu pie derecho.
Mmm. Era él quien iba a quitarle los zapatos. ¿Por qué le resultaba eso tan condenadamente excitante?
Prestando atención para no perder el equilibrio, extendió su pie hacia él. Nick dejó a un lado su copa de vino, y por primera vez, ________ vio que había otra copa para ella en el suelo. Con una de sus masculinas manos, le cubrió la parte de atrás del tobillo, con la otra, acarició con los nudillos el interior de sus pantorrillas. Ella se estremeció ante el placer que se extendía hacia arriba, pero siguió mirándolo, no quería perderse ninguna de las expresiones de su cara.
Él estudió su pie y recorrió con las frías yemas de sus dedos la correa de cuero rojo que sujetaba el zapato al tobillo, después recorrió más tiras de cuero que se cruzaban sobre su pie antes de acariciarle la piel más abajo, al lado de las uñas, que ella se había pintado de rojo para que hicieran juego con sus zapatos.
Después, con una excitante lentitud, desató la correa del tobillo y suavemente le quitó el zapato. Ella dejó el pie en el suelo, mientras él dejaba la sandalia cerca de las copas de vino y se preparó para ofrecerle el otro pie, pero desde aquel ángulo le resultaba más difícil mantener el equilibrio.
Nick despejó su dilema.
—Dobla la pierna derecha y descansa el pie en el borde trasero de la bañera.
Ella hizo lo que él le pidió. Y se dio cuenta de que aquel movimiento le extendía las piernas y dejaba su vulva completamente expuesta. Sus ojos se encontraron, conscientes de ello, justo antes de que Nick bajara la mirada.
—¿Sabes cuál es mi color favorito? —le preguntó.
¿Qué? ¿Iban a ponerse ahora hablar de sus gustos?
—Eh, no. ¿Cuál?
Él estudió la piel que había entre sus piernas, desvergonzadamente.
—El rosa.
Ella bajó la cabeza para mirarla por sí misma. En aquella posición, su hendidura se había abierto y dejaba al descubierto los pliegues rosas de su vulva. Un calor sofocante la consumía.
—Oh.
—El otro zapato —le dijo él, y cuando ella volvió a mirarlo, vio que tenía una pequeña y traviesa sonrisa en el rostro, por haberla pillado mirándose de aquella manera.
Con cuidado, ella le ofreció el pie izquierdo y se embriagó del placer mientras Nick repetía los mismos movimientos que había hecho previamente, acariciándole la piel, y deslizando la yema de sus dedos sobre el zapato y la carne, antes de quitarle finalmente la sandalia de tiras y tacón alto. Aquella vez, cuando se deshizo del zapato, no dejó su pie hasta que le dio un beso en la parte de arriba, haciendo que una sensación de hormigueo se abriera paso por todo su cuerpo.
—¿Puedo entrar ya en la bañera? —le preguntó ella.
Él enarcó una ceja, con un gesto arrogante.
—¿Por qué tienes tantas ganas de entrar en la bañera?
Aquella pregunta juguetona, había sido claramente diseñada para que ella declarara su lujuria, pero en lugar de eso le ofreció una respuesta coqueta.
—Quizás simplemente necesite un baño. Después de todo, dijiste que era una chica sucia.
Él la miró con los ojos entrecerrados, excitante.
—Muy sucia —después, fue hacia ella en la bañera. —Quédate dónde estás. Haber degustado tu pequeña vulva me ha hecho desear más.
—Oh —murmuró ella, justo cuando él se inclinaba hacia delante para pasar la lengua firmemente sobre el centro de sus pliegues abiertos. Después: —Oooh...
El placer fue casi abrumador cuando él la lamió una y otra vez, desde abajo hacia arriba, como si su vulva fuera un cono de helado.
—Dios, oh Dios —se escuchó a sí misma jadear mientras empezaba a moverse involuntariamente contra su boca. —Dios, sí.
En cuestión de segundos, Nick levantó la mano del agua e introdujo dos de sus dedos en la abertura que ya estaba empapada, y aquello la hizo sentir como si le tuviera a él dentro. No era su verga, desde luego, pero sus dedos lo hacían bien, demasiado bien, especialmente cuando él empezó a desrizarlos dentro y fuera al mismo tiempo que ella marcaba el ritmo.
Ella lo observó. Estaba sorprendida por la crudeza de lo que estaba viendo, otra vez. Solía hacer ese tipo de cosas en la oscuridad, y no estaba acostumbrada a mirar mientras sucedía, mirar al hombre que estaba comiéndole la vulva. No estaba segura de si alguna vez había sido testigo de una escena tan erótica.
Fue entonces cuando la vista de Nick, con la cara enterrada tan sensualmente entre sus piernas, le recordó los espejos que había rodeando las paredes a dos lados de la bañera. Le ofrecían una visión no solo de su amante, sino también de ella misma, con la cabeza de un hombre moviéndose entre sus muslos abiertos, y sus caderas levantándose ligeramente para recibirlo. Al observar la pasión que se grababa en su propia cara, se sintió como si estuviera metida en una película porno.
Lo próximo que hizo fue mirar al otro lado de la habitación, hacia el espejo más grande que había sobre el tocador. Y entonces, vio algo diferente. El denso y perfectamente formado cabello de Nick. Sus piernas completamente extendidas. Sus pechos balanceándose ligeramente con sus movimientos.
Cuando la atención de Nick se concentró más específicamente en su clítoris, la respiración de ________ se volvió más pesada, mientras el placer crecía en su interior. Su hábil lengua daba vueltas sobre la dilatada protuberancia, cada uno de los movimientos le provocaba una nueva explosión de calor que le recorría todo el cuerpo. Aquello hizo que apartara la mirada del espejo y bajara la cabeza hacia Nick, cuyos ojos estaban en ella. La había estado mirando mientras ella se veía en el espejo.
Entonces, su boca se pegó a su clítoris y colándose dentro, empujó su lengua con más fuerza. Oh, Dios, aquel brusco movimiento la hizo apretar los dientes, y sintió cómo le flaqueaban las piernas y los brazos. Ahora estaba mirándolo a él, y sin dudarlo, sin ni siquiera planearlo, empezó a mostrarle exactamente cómo de sucia era.
—Chúpame, cariño —le susurró apasionadamente. —Chúpame el clítoris. Hazlo con fuerza. Chúpalo. Chúpalo.
Sus descaradas peticiones fueron lo último de lo que se acordó antes de que la golpeara el orgasmo, duro y rápido, que apareció antes de que ni siquiera lo hubiera visto acercarse. Arqueó el cuello en respuesta a las intensas olas de sensación, gritó suavemente mientras conducía su vulva contra su boca —sí, sí, Nick.. ¡sí!—, impregnándose con cada palpitación de placer que él le daba.
Cuando finalmente disminuyó, todavía siguió moviéndose y él se hizo hacia atrás.
—Estás jodidamente guapa cuando te corres —le dijo él, entre las burbujas, con un brillo oscuro en los ojos.
Todavía respiraba con dificultad, pero se las arregló para esbozar una sonrisa.
—Entonces, deberías hacer que ocurriera a menudo.
—Eso es lo que pretendo.
En aquel momento, le impactó la idea de que aquellas palabras eran las típicas que se podían intercambiar cuando la gente mantenía una verdadera relación, una que fuera a durar, pero ella sabía que aquello solo significaba que él pretendía hacerlo mientras estuvieran en Las Vegas, y dejó a un lado la pizca de decepción que le había producido aquello y volvió a concentrarse en el hombre sexy y desnudo que tenía delante de ella.
—¿Puedo ahora entrar en la bañera? —le preguntó, y permitió que una nota juguetona de sarcasmo coloreara su voz.
Él le concedió una sonrisa lenta y sexy, y después le tendió la mano.
—Entra, chica sucia, y déjame que te limpie.
Una vez estuvo en la bañera, delante de él, le rodeó el cuerpo con las piernas. Nick cogió las dos copas de vino que había al lado de los zapatos y le pasó una.
—¿De dónde lo has sacado? —le preguntó ella.
—Del mini-bar —le contestó él, y después levantó la copa para hacer un brindis. —Por mi pequeña y sucia ________, que me sorprende cada día más.
Ella pensó que le gustaba aquello, al brindar con su copa. Le gustaba sorprenderlo. Y deseaba seguir haciéndolo. Así que, sin tomarse un momento para pensarlo, hizo la pregunta que había estado dándole vueltas a la cabeza hacía unos minutos, cuando lo había observado mientras la comía.
—¿A qué sabe?
Él pareció confuso y al parecer pensó que estaba hablando del vino.
—Toma un trago y verás.
Pero ella negó con la cabeza.
—No. Mi vulva. ¿A qué sabe?
Una vez más, se le oscureció la mirada, y ella supo que había tenido éxito al intentar sorprenderlo, y excitarlo, otra vez más.
En respuesta, simplemente tendió la mano que le quedaba libre, hacia su boca.
—Así —llevó dos dedos hacia sus labios, y empujó, y después de solo un segundo de duda, ella los abrió y dejó que él los metiera dentro.
El sabor que notó en la lengua le pareció extraño, un poco salado, un poco dulce, de alguna manera algo agrio, y muy persuasivo. No le gustó, pero aun así la excitó compartir algo tan sumamente íntimo con él.
—¿Y bien? —preguntó él.
—Francamente... puaj —hizo una mueca de repugnancia y después tomó un gran sorbo de vino.
Él rió tranquilamente.
—Supongo que se parece un poco a la cerveza. Un gusto adquirido.
—¿Pero sinceramente te gusta? —ella sentía curiosidad, y un poco de fascinación.
Sus ojos le dijeron que aquella pregunta estaba haciéndola pensar de una manera que nunca antes había hecho.
—Definitivamente me excita —dijo él—, así que, sí, sinceramente me gusta. Pero... si igualo el sabor con el sexo... bueno, digamos que probablemente no lo utilizaría como una salsa para mi hamburguesa.
Ella soltó una carcajada rápida y fuerte, después le informó:
—Te estás poniendo un poco vulgar.
Él se inclinó hacia delante, todavía con aquella sonrisa sexy en los labios.
—Has sido tú quien ha empezado la conversación.
Ella dejó a un lado el vino, le pasó los brazos por el cuello y le dijo:
—Bueno, ahora voy a terminarla —y lo besó.
Por supuesto, ella también pudo saborearse en su boca, pero una vez más, la crudeza de todo aquello solo hacía añadir más a su deseo. Acababa de tener un orgasmo y sin embargo, todavía deseaba mucho más de él, particularmente la parte que había debajo de las burbujas. Y ya hacía mucho que había dejado de sentirse tímida.
Sumergió las manos en la espuma y rodeó con la mano toda la longitud de su dura verga y entonces, lo escuchó gemir y vio cómo cerraba con fuerza los ojos. Ella había hecho lo mismo cuando habían estado en el almacén, pero una vez más, aquello era diferente.
Ahora tenía el tiempo de recorrer su pene con el puño arriba y abajo, apretujarlo, acariciarlo, explorarlo. Mmm, vaya, era enorme. Se había dado cuenta de aquello la pasada noche, pero aun así, un pene de aquel tamaño no era el tipo de cosa al que una chica pudiera acostumbrarse fácilmente.
—Esto es tan diferente de la última vez —dijo ella, dándole voz a sus pensamientos. —Aquello fue tan precipitado, tan apasionado. Y esto es tan... lento. Mejor.
Una expresión lasciva se dibujó en su cara.
—Esto es todavía apasionado, nena. Mucho.
Era verdad, por lo que se limitó a asentir, pero aun así seguía pensando que aquello era... mucho más fácil. Le daba la impresión de que todo era menos pecaminoso. Solo porque estaban en su habitación, en algún lugar en el que no había riesgo de que la descubrieran.
Por supuesto, estaba pensando demasiado acerca de ello, era consciente. No es que fuera mejor o peor que habérselo follado en el almacén. Era simplemente igual de sucio, simplemente igual de descarado; mucho más, en cierto modo. Pero le parecía mejor. Solo poder disfrutar de aquel momento en privado con él. Tener tiempo para jugar. Tener tiempo para ser sexy.
Y en aquel momento, supo que era hora de cabalgarle, de cabalgar sobre aquella excitante y dura erección, llenarse de él, demostrarle todo el deseo libertino que había estado creciendo dentro de ella.
Dejó que su lengua se deslizara con sensualidad a lo largo de su labio superior, encontró su mirada, y se dirigió hacia él para sentarse a horcajadas.
—¿Has encontrado algo que te guste ahí abajo, mi chica sucia?
—Mmm —ronroneó ella, y se colocó bien hasta que sintió la cabeza de su mango justo donde ella quería.
—Entonces, voy a dejar que juegues con ella —tras aquello, él le puso las manos en las caderas y empujó hacia abajo para enfundarla.
Ambos gimieron ante el impacto y ________ supo que nunca antes se había sentido tan llena ya que, en aquella posición, le daba la impresión de que la tenía más grande que la noche anterior.
—Es tan grande —murmuró.
—Dime que te gusta.
—Me encanta —le dijo ella entre suspiros, y empezó a moverse sobre él.
Nick dejó que las palmas de sus manos se cerraran alrededor de su trasero y bajo las burbujas, y después, se inclinó para darle un sensual beso con lengua que casi la derrite. Un beso que dio lugar a un segundo y luego a más y más, mientras ________ seguía el instinto de su cuerpo, moviéndose sobre él en círculos rítmicos que estimulaban su clítoris con cada excitante giro.
Pronto, comenzó a moverse más y más rápido.
Él la miró directamente a los ojos, y le susurró las mismas palabras que ella le había dicho la noche anterior.
—Fóllame, nena. Oh, sí. Fóllame. Justo así.
Aquello sobrealimentó cada sensación que ya palpitaba en su cuerpo, volviéndola incluso más hambrienta y salvaje aún. Cuando la boca de Nick se cerró sobre uno de sus sensibles pezones, ella se encorvó contra él y gritó. Él le succionó con más fuerza, con más intensidad, y ella empujó el pecho hacia su boca, de alguna manera deseando tener parte de ella en el interior de Nick, como ella lo tenía de él.
Mientras se movía sobre su cuerpo, se dio cuenta de que el agua que había en la bañera estaba siguiéndoles el ritmo, que ella estaba provocando olas enfurecidas, algunas chapoteaban contra las paredes de la bañera y las burbujas se derramaban por los bordes. Pero estaba demasiado perdida en el placer como para que aquello le importara o le hiciera detenerse, o ni siquiera aminorar la marcha.
Clavó ligeramente las uñas en su torso, mientras gemía su placer, y se deleitaba con la decadencia de aquel momento y con la sensación de libertad que todo aquello le daba, hasta que escuchó a Nick decir:
— ________. Para.
Asombrada —y ligeramente devastada— se quedó quieta.
—¿Estás a punto de correrte? Porque si lo estás no pasa nada. Yo ya...
—No, nena. Es que estás ahogándome.
Oh, Dios. Se había olvidado completamente del hecho de que él se había ido hundiendo poco a poco en la bañera mientras ella le cabalgaba con tanto vigor, que ahora la cara le asomaba ligeramente sobre la superficie del agua, enmarcada por las burbujas. Ella ahogó un grito.
—Lo siento. Ni siquiera me he dado cuenta... —entonces, salió de él, ya que le pareció la única manera para que él pudiera sentarse.
Después de hacerlo, él le sonrió indulgentemente, con el agua cayéndole de las puntas de su pelo.
—No quería interrumpirte, pero temía que me empujaras completamente hacia abajo y que no te dieras cuenta.
El calor le coloreó las mejillas.
—Soy una idiota.
Levantó una húmeda mano hacia la cara.
—No, eres una mujer salvaje. Lo cual me gusta mucho. Pero... quizás esta bañera en particular no sea el mejor lugar para esta posición.
Ella lo consideró y no pudo evitar sentirse un poco desanimada, y completamente frustrada.
—Estaba... acercándome mucho.
La mirada de Nick se volvió más sexy aún, decidida.
—No te preocupes, nena, te llevaré de vuelta a ese preciso punto.
Ella se mordió el labio cuando él subió las manos por sus caderas y las llevó hacia arriba, hasta cubrirle los laterales de los senos, y acariciarle los húmedos pezones con los pulgares, una y otra vez.
—Oh... Dios... qué bueno.
Él dejó que se le cerraran los ojos, y luego, se inclinó para recorrer uno de sus turgentes pezones con la lengua. Después, sopló ligeramente sobre él —y aquello mandó otra ligera ráfaga de placer a su vulva— y se inclinó hacia delante para hablar en voz baja y profunda en su oído.
—¿Quieres mi verga dura, ________?
—Oh, Dios, sí.
Todavía seguía jugueteando con sus pezones, y sentía su aliento cálido en el cuello.
—¿La quieres con todas tus ganas? ¿Con fuerza? ¿En lo más profundo?
Oh, Dios, había estado en lo cierto, aquel sexo más lento y exploratorio era extremadamente agradable, pero las palabras dentro y profundo le parecían ahora atraerla aún más. Quería sentirlo dentro de ella, como lo había hecho en el almacén, impactando contra ella, haciendo que cada embestida resonara por cada centímetro de su cuerpo. Y no estaba exactamente segura de cómo iban a hacer aquello en la bañera, pero estaba deseando averiguarlo.
—Sí, cariño, sí.
Nick bajó las manos hacia su cintura y le dijo:
—Date la vuelta.
Con cuidado de no resbalarse, ________dejó que la guiara hasta que le dio la espalda, y se apoyó sobre las rodillas. Como antes, pudo captar un atisbo de ellos en el espejo de la pared que había justo delante de ella, un atisbo de sus pechos desnudos, de sus firmes manos en ella desde detrás, de sus ojos llenos con una oscura intención.
—Inclínate sobre el borde de la bañera. Levanta el trasero.
________ lo hizo y se observó en el espejo para ver cómo Nick estudiaba su trasero, o más probablemente, lo que había entre sus muslos. A pesar de que estaba dentro de una bañera, sintió cómo su vulva se humedecía todavía más, y se preguntó qué aspecto tendría desde aquel ángulo. Instintivamente, hizo un contoneo juguetón con las caderas, lo que provocó que él le diera un suave beso sobre la nalga.
—Mmm —dijo ella, aquel diminuto gesto de cariño recorrió su cuerpo con una onda de placer.
—¿Te gusta eso? —le susurró.
—Sí.
Pudo escuchar, más que ver, su traviesa sonrisa.
—No entraba en mis planes, pero seré bueno contigo y te daré algunos más.
—De acuerdo —su tono de voz se volvió suave, casi infantil, estaba conmovida por unas caricias tan tiernas de su boca.
Sus besos sobre su trasero que ya de por sí estaba mojado le hicieron sentir el placer más tierno que nunca antes había experimentado y que resonó con dulzura a través de cada una de sus extremidades. Y entonces, ¡oh!, vinieron los dedos, que le daban golpecitos desde abajo, donde estaba más que preparada para él. Un grito se escapó de su boca cuando él le introdujo dos dedos y ella se movió por instinto contra ellos. Había dejado de observar su reflejo en el espejo y ahora tenía los ojos cerrados y se limitaba a sentir, a absorber, a experimentar.
—Más —se escuchó a sí misma. —Fóllame.
Un suave gruñido salió de la garganta de Nick, el calor de su aliento flotaba sobre su trasero mientras le daba el último de sus suaves besos, antes de que el agua comenzara a girar con violencia.
—¿Qué es...? —le preguntó ella, y abrió los ojos.
Se encontró con la mirada negra de Nick en el espejo.
—He encendido el jacuzzi —le dijo.
—Oh —suspiró ella en respuesta, y notó el fuerte chorro de agua que se arremolinaba alrededor de sus muslos; parte de ella chapoteaba sobre su vulva, lo que le daba la impresión de que lo iba a hacer todo incluso mejor aún.
La siguiente cosa que supo, fue que la verga de Nick se arqueaba hacia arriba a través del valle que formaba su trasero, deliciosamente dura cuando la deslizó hacia delante y detrás, e hizo que ella empujara hacia detrás, simplemente con la necesidad de sentir aquella cálida erección en cualquier lugar, en todo lugar.
Entonces, finalmente, hundió toda la longitud de su erección dentro de ella. Justo como había pasado antes, ambos gritaron ante la entrada inicial, pero no había descanso, no había periodo de ajustamiento para tener aquella columna de piedra dentro de ella, antes de que empezara a moverse dentro de ella, fuerte, fuerte, fuerte, exactamente como le había prometido.
Ella escuchó sus propios gritos, sintió el duro placer estallar como cohetes en su interior, escalofríos que se abrían camino hacia los dedos de sus manos y pies con cada una de las poderosas embestidas. Más abajo, el agua le empujaba en tumultuosas olas y las burbujas empezaban a subir, crecían como montañas blancas y espumosas alrededor de ellos.
—¡Sí! ¡Sí! —gritó ella, apenas era incapaz de formar palabras, solo quería con todas sus ganas que él supiera cuánto adoraba que su pene entrara dentro de ella, cuánto adoraba lo duro y salvaje que era el sexo con Nick, lo dura y salvaje que la hacía sentirse a ella.
Las burbujas de la bañera seguían volviéndola loca, ascendían en ondas hasta ser todo lo que ________ podía ver. Era como follar dentro de una nube blanca y brillante, y sintió que las burbujas se derramaban por todos los bordes de la bañera.
—¿Eres una chica mala? —le preguntó Nick, que todavía la embestía, resbaladizo y profundo.
—¡Sí! —gritó ella.
—¿Necesitas que te den un castigo?
—¡Sí! ¡Oh, sí!
Con aquello, él llevó la palma de la mano hacia abajo para darle una palmada en el trasero mientras seguía embistiéndola.
— ¡Oh! —chilló ella, aquella sensación superaba a las otras.
Su mano regresó una y otra vez, azotándola mientras seguía follándosela, toda aquella escena la debilitó por completo, incluso aunque se empapara de cada segundo de deleite. Nunca en su vida había experimentado una reacción física tan abrumadora que bloqueaba cada movimiento, cada pensamiento, y dejaba que su cuerpo solo se revelara en la alegría pura y carnal de ello.
Se escuchó a sí misma gritando, sintió cómo su trasero empujaba contra él, su cuerpo respondía sin pensarlo ni consentirlo. No es que ella no lo consintiera. Nunca había disfrutado de algo parecido en su vida.
Hasta que los azotes pararon y él deslizó la mano sobre su cadera y hacia su vulva.
Un profundo gemido salió de su boca cuando sus dedos se hundieron en sus pliegues, y la frotaron tan expertamente que a ella ni siquiera le importaba cuántas mujeres más hubiera tocado él para llegar a hacerlo tan bien. Ningún hombre la había acariciado nunca con tanta destreza, tanto como ella se podía tocar a sí misma, en cálidos y pequeños círculos, provocando el placer perfecto cada vez que las yemas de sus dedos pasaban sobre su clítoris.
Su cálida verga todavía seguía guiándola desde detrás, justo como hacían sus dedos, dando golpes perfectos.
La música todavía resonaba en la sala de fuera, pero todo lo que escuchaba ________ en aquel momento eran los gemidos de Nick mientras se la follaba y el sonido de su propia respiración, más pesada, más intensa, y se perdió a sí misma en las sensaciones.
—Oh, Dios —se escuchó a sí misma murmurar. —Estoy cerca, cariño. Estoy cerca.
Estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Estaba muy, muy cerca.
Su verga, sus dedos, trabajando al unísono, casi como uno, empujando con más y más fuerza.
—¡Oh! —gritó ella cuando la golpeó el clímax, haciéndola rodar en cálidas y envolventes olas que la impactaron y le hicieron desear desplomarse allí mismo. Nick tuvo que ser consciente de ello, porque mientras una de sus manos todavía le acariciaba la abertura, su otro brazo la rodeaba por la cintura, sujetándola.
Y fue justo cuando las dulces palpitaciones empezaban a decrecer cuando Nick —que todavía la embestía profundamente— también alcanzó el orgasmo. Sintió el cálido estremecimiento de su cuerpo contra el suyo, el intenso gemido de la satisfacción última, el placer susurrado:
—Ah... ah, joder sí... sí.
Se quedaron inmóviles unos segundos después de aquello, y solo entonces le golpeó a ________ el hecho de lo extrañas y pervertidas que se habían vuelto las cosas con lo del azote. Después esbozó una amplia sonrisa en su cara al darse cuenta de que lo extraño y pervertido podía ser divertido.
Y aquello ni siquiera le parecía tan extraño ni pervertido... con Nick.
Vaya una semana de formación. Estaba segura de que cuando Jenkins la había enviado a aquel viaje no tenía ni idea de que además de recibir una educación profesional iba a recibirla también sexual.
Cuando finalmente, después de su orgasmo, puso los pies lo suficiente sobre la tierra como para mirar a su alrededor, se sintió horrorizada por el lío que habían armado. «Oh, Dios mío».
—¡Mira este sitio!
Montañas de burbujas blancas se habían caído al suelo, algunas se abrían camino hacia el tocador. Al otro lado de la bañera, en los rincones enlosados, el mal había ascendido varios centímetros.
Detrás de ella, Nick solo reía a carcajadas a medida que salía suavemente de su cuerpo y apagaba el jacuzzi.
—No te preocupes, nena —dijo él. —Las burbujas acabarán derritiéndose. Y estoy seguro de que las mujeres de la limpieza habrán visto cosas peores.
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