miércoles, 9 de febrero de 2011

CAPITULO 23

Nick había estado con mujeres ardientes antes. Él mismo se había sentido así también. Pero no se acordaba de haber tenido que correr nunca para llegar a un lugar en el que tener relaciones sexuales, desde su juventud.

Y ________ no era la única ardiente ahí. Él estaba sencillamente igual de ansioso que ella, así que se dejó arrastrar a través de las puertas del hotel Venecia y después por el casino hasta llegar a los ascensores. Se sentía como si fuera a explotar dentro de sus pantalones si no llegaban pronto a la habitación.

Joder, la deseaba. Y le gustaba. Le gustaba jodidamente, mucho. Demasiado. Y había pasado los últimos días haciendo exactamente lo que se había dicho que no podía permitirse hacer más, especialmente en aquel momento. Había dado rienda suelta a su lujuria, estaba dejando que lo vieran en público con una mujer justo en el momento en el que lo acusaban de aprovecharse de las mujeres, y se había lanzado a todas las oportunidades que se le habían presentado con ella. Sin embargo, había algo en ________ que le hacía imposible parar.

Puede que hubiera intentado actuar despreocupada por haber sido «algo más remilgada» antes de aquel momento, pero él todavía sospechaba que había sido mucho más remilgada de lo que confesó y de lo que había demostrado recientemente, y tenía la fuerte sensación de que fue él quien la había convertido en el animal sexual que era ahora. Él sabía que aquello lo hacía un bastardo arrogante, pero le llegaba al alma. Y que Dios lo ayudara, porque la amaba. Lo hacía sentirse como si fuera... un dios. Su dios. Pero también... quería cuidar de ella. Necesitaba hacerlo. Sentía casi como si la estuviera salvando de algo, y tuviera que seguir salvándola.

Normalmente, él no disfrutaba sintiendo ningún tipo de responsabilidad hacia una mujer, pero aquello era diferente, ella era diferente. No le exigía, ni siquiera le pedía, simplemente era así de sincera, había una parte genuina en ella que lo hacía desear mucho más. Quería seguir salvándola, seguir follándosela, seguir riéndose con ella, solo seguir estando con ella.

Por supuesto, en aquel momento, mientras entraban por la parte de atrás al ascensor abarrotado, todo lo que quería era echar un polvo. La necesidad era más que palpable.

Estaba de pie detrás de ella, y dejó que sus brazos se plegaran con ternura alrededor de su cintura, tirando de ella hacia atrás, sabiendo cómo de dura estaba su verga y que ella podía sentirla presionando con insistencia contra su trasero suave y dulce.

A medida que el ascensor se elevaba, ella se estremeció en sus brazos, alimentando incluso aún más su deseo. Y mierda, aquella maldita cosa se detenía planta por planta. Había gente que salía y más gente que entraba. Él se frotó contra ella. No pudo evitarlo. Ella le cubrió los brazos con los suyos, lo apretujó, lo acarició, y al poco tiempo, le clavó suavemente las uñas.

Cuando el ascensor se detuvo al final en su planta, prácticamente saltaron hacia el vestíbulo y él, cogiéndola de la mano, tiró de ella por el silencioso pasillo que llevaba a su habitación.

—Dios mío —dijo ella, desesperada y sin respiración. —No puedo creérmelo.

—¿Qué?

—De verdad puedo sentirlo... descendiendo por mis piernas.

El estaba confuso.

—¿Qué? ¿Qué hay en tus piernas?

—Mi... humedad.

Él se detuvo, y la paró en seco, después su mirada bajó hacia la minifalda y más abajo aún. Estaba claro que había estado manteniendo cerradas las piernas en el ascensor, pero podía ver perfectamente la humedad a la que se refería, sobre la parte interior de sus muslos y bajo el dobladillo de la falda.

—Cielo santo.

Incapaz de mantener el control, siguió sus instintos, empujándola hacia una de las paredes lujosamente decoradas, cayó a sus rodillas, le abrió las piernas y con intensidad, le lamió la parte interior de los muslos.

El sabor dulce salado de su orgasmo recibía su lengua e hizo que el corazón le latiera con más rapidez, y que cada músculo de su cuerpo se tensara con un deseo puro e intenso. Parecía como si su verga le quemara debajo de la cremallera; estaba ahora tan rígida que le dolía.

Le lamió un muslo, después el otro, y escuchó sus gemidos suaves e incontrolables, consciente de que todavía estaba temblando y ahora se aferraba indefensa contra la pared que tenía detrás, extendiendo los dedos sobre el papel y curvándolos hacia dentro como si pudiera agarrarse a alguna parte. Y él ni siquiera había llegado a ningún lugar cercano de su vulva.

—Dios, Nick. Vamos a la habitación. Ahora. Por favor. O voy a morirme.

Él casi le creyó. Tampoco se había sentido nunca tan atormentado por el deseo.

Recorrieron lo que quedaba de pared en el pasillo, pero tuvo que concentrarse para conseguir sacarse la cartera del bolsillo y sacar la llave tarjeta que había dentro.

Ella atravesó el gran vestíbulo y la zona del salón directamente hacia la habitación, con Nick pisándole los talones. Y entonces, justo cuando pensaba que ella no podía sorprenderlo más de lo que ya lo había hecho, lo hizo. Cuando entró en la habitación, ella se dio la vuelta, le agarró de los antebrazos y lo empujó con fuerza hacia la cama. Él se dejó caer sin dificultad. No había esperado nada de aquello. Después observó como la pequeña ________, excitante y hambrienta, se montaba a horcajadas sobre sus muslos y empezaba a desabrochar vorazmente la hebilla de su pantalón, justo como había hecho la noche anterior, sólo que ahora lo hacía con más fervor aún.

Unos segundos más tarde, liberó su hambrienta verga y él la ayudó a abrirse más los pantalones y bajarse los calzoncillos. Y entonces, ella lo montó, descendiendo su vulva húmeda, cálida y tensa hacia él con tanta rapidez e intensidad que ambos soltaron un grito.

Oh, cielos, justo como antes, la sensación de encontrarse piel contra piel casi lo abrumaba. Ella lo cabalgaba como una vaquera salvaje, al mismo tiempo que se sacaba la camiseta por la parte de arriba de la cabeza. Debajo de ella, llevaba un sexy sujetador de color rojo, de corte bajo, las redondas curvas de sus pechos se arqueaban hacia arriba. Un cálido placer la inundó, el puro placer del sexo, pero también el inesperado deleite que le producía ver a ________ conseguir lo que quería de él, tan grosera y sucia.

—Necesito más de esos hermosos pechos tuyos —le dijo a través de la mandíbula apretada, después tendió la mano para bajarle las copas con los bordes de encaje de su sujetador para que solo perfilaran los dos preciosos montes de carne. Ella jadeaba excitada, después gimió cuando él los cubrió con sus manos y los estrujó, modelando su exuberante suavidad, sintiendo aquellos pezones duros que señalaban hacia las palmas de sus manos.

Y entonces, los movimientos de ________ se volvieron más lentos, solo un poco, después más rítmicos, y cerró los ojos, y él supo en ese instante y así de rápido que pronto alcanzaría el éxtasis.

—Oh, Dios, cariño —le ronroneó ella, después con más suavidad—, sí. Ahora. Sí.

Echó la cabeza hacia atrás y él sintió cómo la golpeaba el orgasmo y observó sus pechos balancearse de un lado a otro, todo su cuerpo sacudiéndose ligeramente, una y otra vez. Joder, estaba preciosa cuando se corría.

Por supuesto, la mayoría de las mujeres lo estaban, pero cuando ________ alcanzaba el clímax, él no podía evitar ver a la formal chica de oficina en su mente, y el contraste entre aquella visión y la otra hacía que todo fuese incluso más increíble aún.

—Oh, vaya —suspiró ella, mientras su cuerpo se inclinaba ligeramente hacia delante, con una sexy sonrisa de alivio invadiendo su cara cuando se encontró con su mirada.

—Ha sido muy rápido —dijo él con una sonrisa, quedándose quieto durante un momento, solo para dejar que ella se recuperara.

—Ya te dije que estaba muy cerca.

—Me encanta que hayas estado excitada toda la maldita noche.

Ella asintió, sonrió y perezosamente se lamió los labios, confirmando, en realidad, que había sido así.

Y por alguna razón, él se acordó de que ella había estado intentando aquella postura en la bañera la pasada noche, y casi lo ahoga, lo que él pensaba que era jodidamente atractivo.

—Este es un lugar mejor para que puedas estar arriba —le dijo, y apretó los dientes de nuevo, mientras empezaba a empujar hacia arriba contra su piel cálida y empapada.

Mientras ella comenzaba a recibir sus embestidas, su respuesta llegó entre jadeos, entre los golpes.

—Esta es... la primera vez... que lo hemos hecho... en una cama.

La respiración de Nick se volvió igual de irregular.

—No... le cojas tanto cariño... a la cama, nena.

—Es... una sorpresa —a Nick se le había ocurrido algo en la góndola, cuando habían empezado a hablar sucio, cuando él la había hecho fantasear con la idea de follársela en el bote.

—¿Otra sorpresa?

—Para mañana por la noche. Y te prometo... que te gustará. Ahora déjame... que te coma las tetas —las necesitaba en su boca más que el aire para respirar.

Ella se mordió el labio, se inclinó hacia delante, le puso los brazos a ambos lados de la cabeza, y dejó que sus hermosos pechos le colgaran sobre la cara. El capturó uno de los erectos pezones entre sus labios y dejó que la firmeza de su lengua le volviera loco mientras lo lamía, en un beso intenso; después succionó.

Sobre él, los gemidos de ________ inundaban la habitación y él entendió que sus pechos eran incluso más sensibles de lo que había imaginado. Se dirigió hacia el otro pecho, y tiró de su preciosa bolita con la boca, mientras todavía empujaba la verga en la calurosa bienvenida de su vulva.

—Oh, cielo —le dijo ella entre jadeos, mientras él le chupaba con más intensidad aún, y cuando ella se arqueó, él recibió todo lo que pudo de su suave y femenina piel.

La respiración de ________ se había vuelto otra vez débil, rápida, y sus movimientos eran más sensuales. Nick cerró las manos sobre su trasero, y estiró los dedos para abarcar de sus nalgas tanto como pudiera, y las masajeó, adaptándose al ritmo que ella había establecido en ese momento para follárselo. Él sintió cómo aumentaba el deseo de ________, cómo se tensaba, y se sintió más que preparado para explotar, pero se contuvo porque supo que ella estaba a punto de alcanzar el orgasmo otra vez.

Sus gemidos se intensificaron, su respiración se volvió superficial.

Él succionó con más fuerza, e introdujo su pezón todo lo que pudo dentro de su boca, mientras escuchaba sus suaves gritos de placer.

Embistió su erección hacia arriba en unos golpes duros y lentos.

Y entonces, ella explotó, y él pudo escuchar también sus sollozos, sintió una ligera caída en su pelvis, después su vulva hundiéndose y hundiéndose, a medida que la inundaba, y su cuerpo entero se movía y deslizaba contra el suyo, creando una fricción perfecta.

Al final, ella se desplomó sobre su pecho, completamente exhausta.

—Oh, Dios mío —susurró por último. —No puedo creer que haya tenido dos orgasmos, como la pasada noche.

Él recorrió su pelo sedoso con una de sus manos y le sonrió.

—¿Por qué no?

Ella parecía agotada.

—Bueno, he escuchado todo tipo de historias acerca del orgasmo múltiple, pero... realmente nunca lo había experimentado. .. hasta que te he conocido.

—¿Y cómo ha sido este? —le preguntó él con suavidad.

—Eh... intenso.

—¿Intenso en el buen sentido?

Ella asintió contra su camiseta.

Y él, como por instinto, la puso sobre su espalda, sin ni siquiera salir de ella, hasta que quedó encima, bajó la cabeza para mirarla y a ella se le encendieron las mejillas, en una expresión todavía apasionada.

Él pensó que quizás era la primera vez que la miraba tan de cerca. Sus ojos cafés poseían pequeñas motas de dorado y marrón, lo que a él le recordaba a una estrella radiante.

—Bonitos ojos —le susurró sin pensarlo siquiera.

Su sonrisa era sumamente dulce y su voz tierna.

—Gracias.

Y él sintió cómo se le encogía el pecho. Apenas había tenido relaciones sexuales en la postura del misionero. Principalmente, porque solía encontrarlo algo aburrido, y limitado en cierto sentido, pero... ahora no le parecía aburrido. Ahora era como... demasiado para él, estaba demasiado cerca de ella, cara a cara, mirándose a los ojos.

Y él supo que se había sentido cerca de ella antes, durante todas las otras veces que habían estado jugueteando o follando, pero de alguna manera sentía que todo aquello, en aquel preciso instante, era peligroso, como algo de lo que necesitaba alejarse.

Así que él salió de ella, y le dijo:

—Date la vuelta. Ponte de rodillas.

Ella obedeció sin rechistar, y arqueó su precioso trasero en el aire. Su falda colgaba ahora de sus caderas y le ofrecía una vista suntuosa de su vulva abierta antes de que él moldeara sus manos sobre su trasero y empujara su verga de nuevo dentro de ella.

________ ahogó un grito y él le dijo:

—Dime que te gusta. Dime que te gusta mucho.

—Oh —gimió ella. Después—, oh Nick, Dios sí, ¡me gusta! Dame más fuerte.

Aquello era todo lo que él deseaba, todo lo que necesitaba. Un polvo bueno y salvaje. Se acordó de sus ojos y se concentró en el pasaje de su vulva todavía húmeda, fuerte, fuerte, fuerte, tanto como pudo, hasta que alcanzó el límite de la gloria y se dejó caer sobre ella, gritándole:

—Cielos, nena, ¡me estoy corriendo dentro de ti! Ahora.

«Oh, sí», era tan jodidamente bueno derramar su cálida semilla dentro de ella, dejar que se extendiera, finalmente, después de todas aquellas horas de creciente lujuria.

Y cuando él se vació por completo, aquel familiar cansancio lo golpeó y se desplomó sobre ella, haciendo que los dos cayeran sobre la cama, y se quedaron allí, en silencio y de cerca, mientras él escuchaba sus gemidos y se deleitaba con la fragancia de su perfume, una mezcla del rico aroma del sexo, y entonces, se dio cuenta de que no había solucionado nada poniéndola en aquella postura.

Todavía se sentía peligrosamente cerca de ella y al parecer, no podía hacer nada por evitarlo.

Mierda.

Así que se limitó a darle un beso en la mejilla y se dejó llevar al sueño que vino después de su orgasmo.

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