miércoles, 9 de febrero de 2011

CAPITULO 20

Decidieron regresar al Mon Ami Gabi para cenar, y durante toda la comida, ________ intentó no dejar que él la afectara lo más mínimo. Intentó ignorar la manera en la que sus ojos brillaban cuando le sonreía, intentó no sentir la manera en la que él se comportaba cada vez más sincero y juguetón con ella a medida que pasaban los días.

Por supuesto, bajo su falda, su vulva se humedecía con el deseo, así que la parte física de su tarea cumplía perfectamente con los objetivos. Pero joder, él simplemente seguía haciéndola sentir tan... tan niña, casi incluso romántica. Por lo que le pareció casi imposible seguir con algunas de sus reglas.

«El corazón no atiende a razones». Su madre solía decirle aquello. No era la primera vez en la vida que se sentía atraída por alguien que no debía, empezando con el novio de su amiga Lara en el instituto. Fue entonces cuando su madre le dijo aquello, y ahora sus palabras resonaban en su mente.

La verdad era que ella sabía lo que sentía su corazón.

Pero aquello seguía sin significar que pudiera hacerle caso. De la misma forma que no pudo tener al novio de su amiga Lara, nunca había estado con él, ni siquiera lo había intentando, y Lara nunca se había enterado de lo que ella sentía. Había hecho lo correcto entonces, y nadie había salido herido. Solo esperaba que pudiera ser tan inteligente en aquella ocasión y poder mantener el control de la situación.

—La cena ha sido rápida —dijo Nick, y echó un vistazo al reloj después de dejar la tarjeta de crédito en la pequeña carpeta de cuero que acababa de traer la camarera. —Es demasiado temprano para ir a las discotecas, tenemos más o menos una hora por delante.

—Se me ocurre una buena manera de aprovechar una hora —le contestó ella, en un gesto coqueto, incapaz de resistirse y pasear el zapato por su pierna, debajo de la mesa.

Como solían hacer, sus preciosos ojos negros brillaron mientras él ladeaba la cabeza y le concedía una pequeña y traviesa sonrisa.

—Es una pena que te guste tanto hacerlo en privado, porque no tenemos mucho tiempo de regresar al hotel. Tendremos que hacer algo que sea más aburrido.

Después de esbozar una sonrisa guasona, echó un vistazo a su alrededor —a los coches y limusinas que se precipitaban arriba y abajo por el Strip, a las fuentes del Bellagio que atravesaban la avenida, a la noche de Las Vegas que empezaba ya a alimentar su excitación— y sus ojos recayeron en la Torre Eiffel que estaba a un tiro de piedra de ellos.

—Vayamos a la parte de arriba —dijo ella, señalando.

—Nunca he ido hasta allí.

—Oooh, así que por fin seré yo la que tenga que enseñarte algo a ti.

Diez minutos más tarde, Nick había comprado los pases y estaban subiendo en el ascensor con una pareja mayor y una joven familia, hacia los ciento cuarenta metros de la cima, según decía la guía, donde además también podían divisarse algunos edificios muy conocidos como el Caesars Palace y el Mirage, visibles desde la ventana del ascensor.

Unos minutos después, estaban en la plataforma de observación, y el aire de la cálida noche golpeaba a ________ como una piedra, pero de alguna manera le pareció más estimulante que opresivo, lo que, combinado con la vista, le recordaba que probablemente había vivido más en los pasados días que en toda su vida.

—Vaya —dijo ella, acercándose a la barandilla. Como muchas estructuras con aquella altura, la plataforma estaba rodeada de pequeños barrotes de acero cruzado, una especie de red para evitar que nadie cayera hacia abajo, pero como era de esperar, había una pequeña abertura que permitía a los visitantes tener una clara vista. Además de los hoteles y los casinos que recorrían Las Vegas Boulevard, la vista panorámica que ofrecía la torre incluía una mirada al desértico valle, y hacia el oeste se atisbaban los restos de puesta de sol que brillaba tras una silueta de montañas.

Nick caminó hacia ella.

—La vista no es ni de cerca tan buena como la que se tiene desde la verdadera Torre Eiffel en París, pero tengo que admitir que no está nada mal.

Ella se dio la vuelta para mirarlo.

—¿Has estado en París?

Él asintió con rapidez.

—Unas pocas veces.

¿En qué estaba pensando ella? Por supuesto que había estado en París. Era el alucinante Nick Jonas, después de todo. Por momentos, se olvidaba de aquello, finalmente había logrado no pensar en que estaba con una estrella como había pasado al principio. Pero entonces, en otros momentos, aquello venía a ella con una asombrosa claridad.

—¿Por qué pareces tan triste de repente? —le preguntó él.

Se sintió como una completa cría, pero le contestó con sinceridad.

—Envidia, supongo. Siempre he soñado con ir a París. Aparte de unos cuantos viajes a la playa en el instituto y después, de haberme mudado a Los Ángeles, apenas he estado en ningún sitio. Supongo que ver hoy el hotel y ahora esto (incluso aunque solo sea una reproducción, un tipo de parque de atracciones) ha hecho que vuelva a desear ir allí.

Él le cubrió la mano con la suya.

—Irás allí.

Ella ladeó la cabeza.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Vas a lugares nuevos ahora mismo, ________, figurativa y literalmente. Hay un mundo completamente nuevo que se abre para ti. Podrás ir adonde quieras ir.

Él habló con tanta confianza que ella sintió cómo se renovaba la suya propia. Haber reflexionado antes —aunque solo hubiera sido un momento— acerca de su engaño, había empezado a sembrar dudas de si estaba haciendo lo correcto, solo un poco. Ahora que lo conocía. Ahora que le gustaba tanto. Y la verdad era que verlo caminar con tanta seguridad hacia los camareros y encargados de las discotecas para hablar de música y negocios la hacía sentir un poco... intimidada. Como si no importara el buen oído que tuviera ella para la música, nunca sería capaz de hacer bien ciertas partes de aquel trabajo, o al menos no con comodidad. Pero ahora, con Nick recordándole las recompensas de gran alcance que daban aquel puesto —viaje, lujo— sintió una energía renovada y bastante determinación.

—Supongo que también has estado en Venecia —le preguntó ella, mirándolo de reojo.

Él asintió.

—Solo una vez.

—Solo una vez —repitió ella, excesivamente contenta cuando él soltó una carcajada, mientras la rodeaba con uno de sus cálidos brazos. —Supongo que también habrás ido en góndola.

Él se encogió de hombros.

—No hay otro modo real de apreciar la vista del lugar.

Ella puso los ojos en blanco y lo besó, lo que acabó completamente con su sensación de envidia y reavivó la lujuria que había estado sintiendo en la cena.

—¿Me perdonas? —le preguntó él con suavidad, e inclinó la frente hasta tocar la suya.

—¿Por?

—Por haber ido a todos esos lugares a los que tú deseas ir.

Ella decidió jugar y flirtear un poco.

—Puede que otro beso pueda ayudar.

Aunque esta vez, el beso no fue corto ni rápido, su cálida boca presionó con firmeza contra la suya, y su lengua serpenteó húmedamente entre sus labios. Cuando ella lo recibió con su propia lengua, sintió cómo se le humedecían las braguitas y, le gustara o no, el romance del momento, la noche, la cálida brisa, se apoderaron de ella, y no pudo hacer otra cosa que rendirse ante aquella sensación.

Fue entonces cuando él se puso detrás de ella, la abrazó y le rodeó la cintura con sus brazos, por lo que su sólido cuerpo presionaba contra su espalda, su trasero y sus muslos. Tener relaciones sexuales con Nick Jonas era una experiencia que estaba más allá de sus sueños más salvajes, pero aquello —sentirse abrazada por él en la oscuridad, observando Las Vegas Strip, sintiéndose como si los dos fueran el centro del universo y al mismo tiempo felizmente solos—, aquello era innegablemente mágico por sí solo.

—Esto es bonito —le susurró sobre el hombro.

—Tú sí que eres rematadamente bonita —ella sintió cálida su respiración en el oído.

Después, él levantó una de sus manos para acariciarle la parte de abajo del pecho, mientras su otra palma se deslizaba hacia abajo por su vientre, y descansaba sobre su estómago plano, justo por encima de su vulva, y «bonito» ya no era la palabra adecuada para describir lo que estaba pasando. Se mordió el labio, y echó la cabeza hacia atrás contra él, y entonces, se dio cuenta de que su verga estaba endureciéndose contra su trasero.

Fue entonces cuando la mano que había descansado en su estómago se deslizó más y más abajo, y la cubrió a través de la falda, y su vulva palpitó literalmente ante aquella caricia posesiva.

—Nicholas —susurró ella.

—¿Sí, nena? —su voz se había vuelto de un tono misterioso y sexy.

—¿Qué estás haciendo?

—Acariciarte.

—Pero... —estaban situados en la esquina de la barandilla de la torre, y ella miró hacia el otro lado. No había nadie observándolos, y había unas cuantas personas en la cima de la torre, por lo que a pesar de la sensación de soledad, no estaban solos. —Hay gente aquí.

—No pueden ver dónde tengo las manos —le aseguró él, en una voz baja y persuasiva. —Nadie está prestándonos atención.

—Bueno, puede que nos presten atención si empiezo a moverme contra tu mano —también había bajado el tono de voz, casi en gemidos por la pasión que la invadía. Él le cubrió ahora los pechos completamente, y su erección se hizo más y más dura contra su trasero. Ella deseaba empujar el cuerpo contra sus dedos.

Podía sentir más que ver la expresión acalorada que se dibujaba en su cara bajo aquel manto de oscuridad.

—Eso es lo que quiero, ________. Quiero que te folles mi mano.

Dios, ¿estaba hablando en serio?

—¿Justo aquí? ¿Con toda la gente?

—Mmmhmm.

Ella no declaró lo que era obvio. Que le gustaba hacerlo en privado. Sabía que ambos estaban pensando en ello. Y aquello era él, que la incitaba a dar un paso más allá de la zona segura, un poco más allá de lo que ya había ido. Era él incitándola a aprovecharse de aquella posibilidad, la posibilidad de que alguien los pillara.

Ella había escuchado que ese tipo de cosas podía excitar a la gente, el miedo de que te pillaran haciendo algo malo, pero a ella no la excitaba precisamente. Es más, la hacía sentirse nerviosa. Volvía a hacerle pensar en el pecado de una manera completamente nueva. Había sido una buena chica durante toda su vida, no había hecho nada que fuera demasiado salvaje, que se saliera tanto de lo común, y la idea de que alguien los pillara pasándoselo en grande, incluso aunque fueran extraños, la mortificaba.

Pero la rígida verga de Nick se extendía a lo largo del centro de su trasero y la hacía sentir demasiado bien como para ignorarlo. Y ahora él tenía la mano bajo su falda, y le acariciaba las braguitas, y le frotaba el clítoris justo de la manera precisa que a ella le hacía recordar que él era un experto en las caricias. El placer resonó en su interior, pero al mismo tiempo, algo más atrayente, una necesidad abrumadora de agitarse sobre sus dedos, de echar el trasero hacia atrás y presionarle la erección.

Volvió a mirar a su derecha, y a su izquierda. Vio a gente en la sombra, pero no estaban cerca de ellos. Y estaba muy oscuro, e iba oscureciendo cada vez más mientras el último resplandor de luz al oeste del cielo se desvanecía hasta adoptar un tono púrpura fuerte y luego negro.

Y cuando Nick retiró a un lado el trozo de seda que le cubría la vulva y hundió los dedos en sus húmedos pliegues, su lujuria pudo más que su miedo. Se dejó llevar y empezó a dar vueltas contra su caricia.

Oh, cielos, sí. Sí. El alivio la inundaba incluso con aquella simple respuesta, recibir sus cálidos dedos desde delante, y su gruesa verga desde detrás. Y desde arriba, él le pellizcaba suave y rítmicamente el pezón, a través de la camiseta y el sujetador con cada cálido giro.

—Eso es, nena —le susurró al oído. —Fóllate mis dedos. Fóllate mis dedos con esa vulva dulce y cálida que tienes.

Las palabras llegaron a ella como un ronroneo, y suplicó que él tuviera razón, que nadie se iba a dar cuenta de nada, que a nadie le iba a importar, porque ahora estaba demasiado metida en ello como para detenerse, moviéndose contra su mano, sintiendo lo mojada que estaba por él y sabiendo que él también lo sentía.

Se mordió el labio e hizo lo que él le había pedido, incluso con más vigor aún, deseando sentir todo lo que pudiera sentir, deseando empaparse de Nick, y de la noche, y de toda la Ciudad del Pecado. Echó la cabeza hacia atrás, la descansó sobre su hombro, y arqueó los pechos más hacia su mano, deleitándose con todo el placer que él le daba. Lo único que impedía el lugar en el que se encontraban era dejar escapar los gemidos y el «¡ Sí, sí, sí!» que deseaba gritar cuando la golpeó el orgasmo.

Se dejó invadir por las deliciosas olas de calor, su respiración se volvió más intensa, el brazo de Nick la sujetaba para evitar que se cayera al suelo, y solo cuando se apagó el placer, se acordó otra vez de que estaban en lo alto de la Torre Eiffel de Las Vegas, ¡rodeados de gente!

Dejó escapar el último de los desiguales jadeos, y descansando el cuerpo sobre él, le dijo:

—Por favor, dime que no hay nadie que esté observándonos.

Ella sintió que él giraba la cabeza para comprobarlo.

—No, nena... estamos bien. Y tú estás condenadamente hermosa.

Le dio un beso en la parte de arriba de la cabeza, y el indulto de saber que nadie los había visto la hizo darse la vuelta para recibir su abrazo, para rodearle el cuello con los brazos y para besarlo apasionadamente.

—Mmm, tus manos —suspiró ella, todavía le costaba respirar con normalidad.

—¿Qué les pasa? —le preguntó.

Ella sonrió con una mirada acusadora.

—Ya lo sabes. Sé que lo sabes. Son... increíbles.

Él se encogió de hombros.

—De acuerdo, quizás, haya escuchado eso antes. Ella bajó la barbilla y le dedicó su mirada más sexy.

—Bueno, ahora lo estás escuchando otra vez y... voy a recompensarte.

Nick enarcó una de sus cejas, parecía casi como si estuviera desafiándola.

—¿Cómo?

________ apenas podía entender lo que acababa de poseerla. Pero el hecho era que se las había arreglado para alcanzar el éxtasis sin que nadie se diera cuenta, y la noche parecía volverse incluso más oscura, y el ascensor acababa de bajar, llevándose a algunas personas. A pesar de la tranquilidad que los rodeaba, no parecían sentirse tranquilos, y todo aquello la hacía sentir más atrevida de lo que se había sentido en la vida.

Estaban completamente solos, podía escuchar el suave eco de las voces de dos personas que venían del otro lado de la torre. Pero decidió que estaban lo suficientemente solos. Y como había sentido antes con Nick, se encontró a sí misma deseando ser salvaje para él, atrevida para él, deseó ser lo que él quisiera que fuera, aquella chica tan, tan sucia que había despertado en ella.

El ascensor subió hasta detenerse al otro lado de la torre y ella deseó que las personas que quedaban se fueran, y que todavía faltara un rato para que el ascensor subiera de nuevo.

Lo empujó contra una de las paredes internas de la torre y después, cayó de rodillas.

Cuando tendió la mano hacia la hebilla de su cinturón, Nick gimió:

—Oh, Dios mío.

El estremecimiento de su voz fue todo el incentivo que ella necesitó para desabrocharle con destreza el cinturón y bajarle la cremallera. Los abrió bien y después, presionó la palma de la mano contra su robusta erección.

Mmm, sí, no había sentido nunca nada mejor en su mano. Después, levantó los calzoncillos de algodón negro sobre su enorme y abultada verga. Vaya, parecía incluso más grande desde aquel ángulo. Y aunque ella nunca había pensado que le fuera a importar el tamaño, de repente, la hizo sentir querer más.

Nunca había estado tan cerca de su pene, y a pesar de la oscuridad que los rodeaba, pudo ver la redondez de su cabeza y su forma recta de bala. Como por un impulso, se inclinó para besar la parte de delante de su longitud. Un gemido tembloroso se le escapó de la boca, y, oh, Dios, estaba tan dura... y aun así la sentía increíblemente sedosa contra sus labios.

Pero no tenía tiempo para deleitarse observándola, así que agarró su mango cuando la brisa le levantó el pelo del cuello, bajó la boca sobre la punta, después más abajo, dejando que le llenara la boca.

Arriba, él dejó escapar un tembloroso suspiro que le dijo que estaba haciendo todo lo que podía para quedarse quieto mientras ella se ajustaba a la plenitud, y luego, empezó a mover la boca arriba y abajo.

Nunca le había provocado mucho la idea de hacerle una mamada a un hombre, siempre había considerado de alguna manera que aquello era un deber, una obligación, cuando había estado en una relación con alguien, y a veces le resultaba como una intrusión de la que no disfrutaba particularmente.

Pero de alguna manera, después de que Nick le hubiera hecho alcanzar el orgasmo, necesitaba aquello, necesitaba tomarlo en su boca de la manera que fuese, justo en aquel lugar, justo en aquel instante. Se moría por darle placer, mucho placer.

Aceptando tanto como podía de su majestuosa verga, se deleitó con cada movimiento, con cada sensación que aquello le producía. Levantó la cabeza para mirarlo y esperó que él pudiera verla lo suficientemente bien en aquella penumbra; incluso aunque ella tuviera un aspecto obsceno en aquel momento, quería hacerlo, por él.

Y sí, la pasada noche en la bañera había sido maravillosa: un placer expansivo y lento, sin presiones ni preocupaciones, le había dicho que le gustaba hacerlo en privado y se lo había dicho en serio. Pero estaba claro que él le había despertado aquel tipo nuevo y prohibido de emoción, aquel cálido entusiasmo de tener relaciones sexuales fuera de una habitación, fuera de cualquier tipo de habitación en aquel momento.

Porque cuanto más trabajaba sobre él, más se estiraba su erección sobre sus labios, y más empujaba suavemente él contra el hueco de su boca... y más se refugiaba en la pura alegría que sentía.

Deseaba más hacer aquello en aquel momento que existir.

No le importaba si alguien los pillaba, si alguien los observaba.

Deseaba lo que deseaba, y no importaba nada más.

El corazón no atiende a razones, pero lo mismo podía aplicarse a su cuerpo; y en aquel momento su cuerpo quería lamerle la verga a Nick, de una manera intensa, profunda y minuciosa, hasta que alcanzara el éxtasis.

Fue entonces cuando escuchó cómo se abrían las puertas del ascensor, al otro lado de la torre. Y después ligeras carcajadas, voces, de más gente.

Ella lo succionó, sintió su empuje, y silenciosamente deseó: «córrete, córrete».

Por los desiguales suspiros que emitía, ________ pudo sentir que estaba muy cerca y empujaba con más fuerza entre sus labios, pero ella también pudo sentir que los nuevos visitantes se estaban abriendo camino hacia ellos.

Así que soltó la verga de su boca, se levantó, volvió a agarrarla y, en un movimiento decidido, tiró de su tanga a un lado y se montó sobre él, introduciéndola de una vez en su interior y se sintió agradecida por llevar tacones lo bastante altos como para hacer viable aquella postura.

—Si alguien viene —le jadeó, con la boca dilatada, cerca de la suya—, podemos quedarnos quietos. Pero así parecerá que solo estamos besándonos, no follando.

Él simplemente asintió, pero le brillaban los ojos con lujuria mientras empezaba a sumergirse vigorosamente en su humedad, que le daba la bienvenida.

—Cielos, no durará mucho —le murmuró contra sus labios. Luego, volvió a embestirla otra vez, y otra vez, hasta que un suave gemido se le escapó de la boca y tiró de ella hacia sí con fuerza, justo cuando una joven pareja cogida de la mano apareció por el rincón más cercano.

________ y Nick se quedaron instintivamente quietos, pero él estaba corriéndose y ella podía sentirlo. De hecho, podía sentir su verga palpitar dentro de ella, su semen arrojado contra las paredes internas en tres pequeñas y pasmosas explosiones.

—Oh, Dios —susurró ella, con la cara todavía cerca de la de él.

Él no dijo nada, solo le cubrió la boca con la suya y la besó con intensidad.

Había pensado que la noche anterior había sido algo íntimo. Joder, pensaba que todo lo que habían hecho juntos era algo íntimo. Pero nada comparado con aquello, mirar a sus ojos en la oscuridad, sabiendo que estaba dentro de ella cuando había otras personas cerca, sabiendo que la había llenado con calientes fluidos.

—Nunca dejas de asombrarme —le dijo él con suavidad.

—Supongo que simplemente tú... me has inspirado.

Él la besó de nuevo, y ella se recordó a sí misma que se suponía que no debía estar sintiendo nada emocional en todo aquello, así que se obligó a cambiar a un tema más práctico.

—Me temo que... tenemos un problema. Ah, eh... un problema de humedad.

Nick, sin embargo, no parecía preocupado lo más mínimo.

—No es un problema —la corrigió él.

Ella arrugó la nariz.

—¿Y por qué piensas eso?

Su voz bajó incluso más de tono.

—Cuando esos dos se vayan, voy a salir de ti. Después, voy a frotar mi semen en tu vulva y tus muslos y tú vas a sentirte un poco pegajosa durante toda la noche, lo que va a hacer que te sientas excitada y preparada para follarme otra vez más tarde.

—Oh —sintió cómo se quedaba sin respiración. Y sintió cómo estaba convirtiéndose en una chica sucia porque su plan le sonaba descaradamente bien. —Oh, Dios.

Cuando finalmente la pareja desapareció de su vista, Nick sacó su pene de ella, dejándola suspirar ante la pérdida, y después le dio rápidamente la vuelta, para que ella pudiera echarse hacia atrás contra la pared, y él se arrodilló ante ella.

Como le había prometido, utilizó las manos para extender sus jugos por toda su piel, y masajeó la humedad por la parte interior de sus muslos, y sobre la piel y los rizos de su vulva que ya estaban empapados. A pesar del orgasmo que acababa de experimentar, le parecía imposible que sus caricias provocaran sus suspiros de placer mientras empujaba suavemente su pelvis contra la palma de su mano, escalofríos de nuevo deseo recorrían su cuerpo.

Concluyó aquella tarea al darle un suave beso en el clítoris, y aquello hizo que ella soltara un cálido jadeo de su boca.

Y cuando volvió a poner en su sitio la tela de su falda y se levantó para darle un beso en la boca, ella ya no estaba segura de si lo que saboreaba era su vulva o su semen, o simplemente el sexo —un sexo caliente y loco—, pero ni siquiera le importaba. Todo la hacía sentirse bien, sabía bien, la mezcla de ellos dos.

—Por cierto —le susurró él. —Puede que quizás quieras deshacerte de las bragas, están hechas un desastre.

Dios, se había olvidado de que llevaba bragas, la seda que había entre sus muslos se había quedado allí obedientemente, cuando ella se las había echado a un lado para permitir aquel atrevido encuentro.

Le puso las manos en los hombros y empujó hacia abajo.

—Entonces, vuelve ahí abajo. Quítamelas —dado que nadie más se había aventurado a acercarse a aquel lado de la torre, se sentía más atrevida ahora de lo que pensaba que era saludable sentirse.

Pero Nick no dudó ni un momento, se dejó caer sobre las rodillas y subió la mano suavemente bajo su minifalda para atrapar el elástico que había a ambos lados de sus caderas. Lenta y sensualmente, le bajó las bragas hasta los tobillos. Levantó un zapato para que se las quitara, después el otro, lo observó hasta que se las quitó completamente, y se sintió más excitada aún cuando la cálida brisa de la noche sopló sobre su vulva, haciéndola sentir sofocada y preparada para más diversión.

Cuando él volvió a ponerse de pie, ella le puso las palmas de las manos sobre el torso y habló en un tono de voz bajo y jadeante.

—No puedo creerme que vaya a andar por ahí toda la noche con una falda tan corta, sin llevar ropa interior y con los muslos pegajosos.

Su traviesa sonrisa despertaba incluso más lascivia en su alma.

—Es tu segundo paseo sin bragas, y esta vez incluso empiezas así la noche. Se me está poniendo dura otra vez solo de pensarlo.

Su mirada recayó en el tanga rojo que llevaba colgando de las yemas de los dedos.

—¿Qué vamos a hacer con esto? —¿Te costó caro?

—En realidad, sí —Kelly había insistido en que lo comprara en su tienda de lencería favorita, que era bastante cara.

—Bueno, entonces, yo te compraré uno nuevo, porque creo que será mejor que nos deshagamos de este.

En realidad, parecía completamente destrozado. Pero...

—¿Vamos a dejarlo aquí arriba?

—Claro —dijo él, y ella solo pudo describir la expresión de su cara como una versión tranquila pero malvada. —Piensa en cómo excitará a la gente cuando se den cuenta de que alguien ha follado aquí arriba. Joder, quizás inspire a alguien más para que lo haga también —solo entonces recorrió con la mirada la barandilla que había tras ellos. —O mejor, podemos...

Le cogió la mano a ________ y la llevó hacia el borde de la Torre Eiffel donde había un pequeño agujero en la red de acero y entonces, sin dudarlo ni un segundo, dejó caer el pedazo de tela roja, que se fue volando hacia abajo sobre Las Vegas Boulevard.

Asombrada, ________ gimió y le dio una palmada en el pecho.

—¡Qué malo eres!

A lo que él respondió tirando de su cuerpo hacia sus brazos, e inclinando la frente hacia la de ella.

—Quizás seas tú quien me haya inspirado a serlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario